EL PEQUEÑO VENDEDOR DE PIÑAS:
-”A dos pesos el pedazo de piña!”- gritaba el pequeño niño de doce años que ataviado con un humilde pantalón y una camiseta que, por cosas del crecimiento, ya había dejado su hermano mayor.
Había que aprovechar la entrada al estadio que es cuando más se vende. Si quedan pedazos de piña para la salida del estadio es posible que ya no se vendan y termine como en otras oportunidades “comiéndose las ganancias”.
“Búcaros!, Búcaros!” fue el vitoreo que escuchó por primera vez y que provenía de los muchachos que ingresaban con grandes banderas, bombos y trompetas, ese mismo grito que años más tarde convertiría en un estribillo divertido en una de las secciones de su programa de humor.
Cada domingo era la misma experiencia, esperar a que abrieran la puerta de gorriones, la que hacía chirriar el portero del estadio quince minutos antes de terminarse el encuentro y por la que ingresaban quienes no tenían la fortuna de haber pagado una boleta, los quince últimos minutos del cotejo deportivo que el pequeño vendedor de piña aprovechaba para ver.
No importaba si se quedaban sin vender los últimos pedazos de piña, había que ver como terminaba el partido. Groserías, improperios al árbitro; cada hincha se convertía en un técnico más, diciendo cada dos o tres madrazos lo que ha debido ser el partido. Otra veces el tono de la hinchada cambiaba: risas, abrazos, los infaltables madrazos, las estadísticas, las proyecciones y posibilidades para clasificar.
Treinta y cinco años han pasado. Ya no vendo pedazos de piña, vendo un intangible preciado que escasea en estos tiempos de tanto afán y estrés: vendo risas. Suena raro, pero así es. Han cambiado muchas cosas en mi vida, pero lo que no cambia es ese amor por ése equipo de color amarillo que me impresionó en un gramado mientras me recostaba sobre mi ponchera con pedacitos de piña.
Así, como las primeras veces, ése equipo me hace enojar, me desespera, me desalienta las tardes en que pierde, me alegra los días en que gana, me hace salir corriendo por los pasillos de un hotel en Londres en horas de la madrugada, o como anoche aquí en Cochabamba Bolivia me hace levantar a gritos a los demás huéspedes, me hace romper récords mundiales con su gorra puesta, me convierte en la burla de mis amigos y en la preocupación de mi esposa.
Volvimos a la A. Hoy déjennos que nuestro tema sea este, que nuestro estribillo sea Búcaros! Búcaros! Búcaros! Mientras por ahí debe andar otro niño que se ilusione con el equipo de la casaca auriverde y se nos convierta en el hincha del futuro.
Fuente: https://www.facebook.com/joseordonez.net/?fref=nf