La culpa es del perro
Por: Oswaldo Jiménez
Es posible atreverse a decir que pocos desconocen el inevitable libro La culpa es de la vaca, una historia que en su sentido reflexivo reconoce la causa de la insatisfacción, de la pobreza y del poco éxito debido a un factor del yo-propio, la culpa es de la persona y del confort de sus hábitos parasitarios.
¿Por qué recordar eso? Para deconstruir un poco el recuerdo pero ahora con un perro.
En Villavicencio las noticias fatales no dejan de pasar. Esta vez, la víctima fue un perro. Sí, un animal no humano que sufrió las consecuencias de vivir en una sociedad inhumana, de crecer alejado del cuidado del animal humano «imagen de Dios» y que domina sobre todas las bestias, menos sobre su propio bestialismo, que es capaz de modificar su ambiente para su satisfacción, pero no modificarse a sí mismo para su educación, de la escoria que es el hombre como ser inhumano e incivilizado, que lo único de inteligente que tiene en su naturaleza es el prefijo in-.
Muchos comentarios empatizando con el perro reconfortan a los amantes de ellos, de aquellos indefensos seres que tuvieron la infortuna de conocer al hombre incivilizado.
No basta con decir que el perro fue el responsable del accidente, si bien se interpuso en el camino de la motocicleta, no se puede imputar al animal no humano por la fuerza de su naturaleza, solamente estaba siguiendo a otro perro. Lo que sí es injustificado y, además, reprochable, es la impulsiva agresión del hombre motociclista al patear a un animal moribundo y convulsionando.
Solo es claro una constante, hay muchas personas que debido a su alienación se siguen considerando «imagen a rajatabla de Dios», pues si en realidad Dios les da para saciar su psicopatía y bestialismo, es preciso aclarar que esa imagen de Dios no pinta muy divina. Y no solo ello, en la imposición ante los animales, de seguirlos viendo como objetos, como cosas desechables, como mercancías, permite entender que eso que ocurrió no es más que una injusticia.
El pobre perro fue la víctima de unas costumbres inhumanas de mercantilización, donde fue abandonado por aquellos que se suponía debieron haberlo cuidado. Cada animal de la calle, cada animal vendido y comercializado, no es más que el deseo antisocial del hombre por destruirse a sí mismo. No es más que ver la conducta perversa del agresor que procura mantener víctimas débiles a las que pueda darles miedo y dominar, hoy todos somos Anónimo, el perrito desconocido que sufrió el accidente en la Av. Catama y que fue agredido brutalmente por un inhumano.